24 de octubre de 2013 Fran Martínez, Rusia Hoy
Libros de memorias, novelas históricas, biografías… el
número de publicaciones sobre el pasado ha crecido exponencialmente en Rusia
durante la última década, al igual que blogs, foros en internet y películas que
tratan de recontar hechos históricos. No obstante, la cantidad no siempre
conlleva calidad; en muchos casos los autores de estas obras no cuentan con una
formación académica contrastada, en otros la historia es utilizada para
justificar ambiciones políticas.
La obra de Boris Mijáilov vendida por 13.750 libras. El
cuadro es único por sus tintes de anilina pintados a mano. Mikhailov se
describe como uno de los fotógrafos más importantes de la antigua Unión
Soviética. Fuente: cortesía de Sotheby 's
¿Pero por qué este interés en el pasado? Como en muchas
otras sociedades occidentales, la retro-utopia se ha multiplicado como una
pandemia también en Rusia. Sin embargo, la necesidad de recuperar símbolos del
pasado no se limita a una moda, ni a expresiones artísticas, sino que aquí
también es promovida por las autoridades.
Lo podemos ver en el cambio de los días festivos en el
calendario, o en la recuperación de rituales oficiales, desfiles militares y
símbolos de poder. Algunos investigadores lo presentan como nostalgia, pero
parece ser más complicado.
Tras el colapso de la Unión Soviética apareció la necesidad
de crear una nueva identidad colectiva. Además, los continuos y radicales
cambios políticos, y la reescritura de la historia que cada uno de ellos ha
conllevado, ha hecho que los rusos sean escépticos con el pasado y al mismo
tiempo crean que las respuestas de los problemas del presente puedan estar por
ahí detrás.
Dice Iliá Kalinin, editor de NZ (Neprikosnovennyi Zapas),
que en Rusia la historia es tratada como si fuera un recurso natural. De la
misma forma que la economía rusa depende de la extracción de gas y petróleo, la
modernización del país también se basa en la explotación del pasado para crear
cohesión social y apoyo al gobierno. El precio a pagar es doble, por un lado
dificulta el conocimiento verdadero de los hechos acontecidos, por otro limita
todas las posibles alternativas de futuro a las narraciones del pasado.
Para Alexander Etkind, profesor del Instituto Europeo de
Florencia, el abuso de la memoria en Rusia acaba produciendo un ‘luto
retorcido’, en el que lo importante no es el evento que se honra sino la
emoción colectiva que se crea.
También Serguéi Oushakine lo cree así. Para este profesor de
la universidad de Princeton lo valorado en Rusia no es el conocimiento de la
historia, sino la familiaridad de los símbolos del pasado, los cuales producen
un efecto de estructuración social.
Probablemente el mejor ejemplo de este abuso del pasado
emotivo es la continua evocación de la Segunda Guerra Mundial (Gran Guerra
Patria); en Rusia presentada como una experiencia intergeneracional que unifica
la sociedad, justifica sacrificios y ahuyenta críticas políticas.
Es por eso que Oushakine considera que en Rusia el pasado
sólo es relevante como fuente de símbolos, rituales y legitimidades en el
presente. Formas que con frecuencia no tienen nada a ver con el contexto
original.
Muchos han sido los que han criticado el pasado ruso. Desde
los clásicos Lomonósov, Karamzin o Tatishev, que lamentaban el excesivo
‘germanismo’ de las interpretaciones, a Vasili Rozánov, que dijo que “en Rusia
no hay ni sol ni pasado”, o Piotr Chaadaev, quien aseguró que Rusia no cuenta
con una buena historia para convertirse en un país moderno.
En parte, todas estas interpretaciones podrían ser vistas
como ‘psicoanalíticas’, porque ven los legados del pasado como una carga,
siempre problemáticos. Lo curioso, en Rusia, es que cada nuevo gobierno
reacciona contra ese pasado con obsesivos intentos de reescribir la historia.
Volver a ser una gran potencia
El intento de golpe de Estado de 1991 cae en el olvido
Esto ha creado no sólo problemas políticos, sino también de
educación. Tantas nuevas versiones de la historia han aparecido –muchas de
ellas politizadas- que incluso el primer ministro Dmitri Medvédev reconoció
“que los libros escolares van a acabar por convertir la cabezas de los niños en
kasha (una papilla)”.
Panarin, Dugin, Tsimburski, Karagánov, Fomenko… todos ellos
han realizado su personal reescritura de la historia vendiendo miles de libros.
En el caso de Anatoli Fomenko incluso argumenta que 1.000 años de nuestra
historia no han existido, que Cristóbal Colón era cosaco, que la catedral de
Haghia Sofia (en Estambul) y el templo de Salomón son lo mismo, o que
Jesucristo era en realidad el Emperador bizantino Andronikos Komnenos I.
También que la dinastía Románov fabricó el enfrentamiento entre rusos y
tártaros, ya que Rusia nunca fue invadida por los mongoles sino que ellos
mismos eran los mongoles.
Por supuesto, esta obsesión por reescribir el pasado no se
limita sólo a Rusia. La diferencia aquí es que después de tantos cambios políticos
radicales (cristiandad, mongoles, Iván el Terrible, Pedro el Grande, Revolución
bolchevique, colapso soviético…) se han creado tantos huecos históricos y
reescrito tanto el pasado que se ha perdido el sentido de realidad.
Parece que lo importante son los símbolos y la emotividad
que producen. Esto recuerda al eslogan del partido que George Orwell describe
en 1984: “Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el
presente controla el pasado”.
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