El espíritu libre de Julio Cortázar derivó su obra en las
diferentes direcciones de los géneros narrativos. El reconocido crítico Ricardo
González Vigil nos da un panorama de su legado
Ricardo González Vigil – Miembro de la Academia Peruana de
la Lengua – El Comercio
Julio Cortázar (1914-1984) pertenece a la generación de
escritores argentinos que se dieron a conocer a fines de los años 30 y durante
los 40. Una hornada con grandes narradores: Ernesto Sábato (1911-2011), Manuel
Mujica Láinez (1910-1984), Adolfo Bioy Casares (1914-1999) y Silvina Ocampo
(1906-1993), señaladamente.
LEGADO ARGENTINO
Sábato se nutrió de la problematización existencial de
Roberto Arlt y Eduardo Mallea, así como de la crítica histórico-social
enarbolada por el grupo Boedo; y Bioy Casares y Ocampo adoptaron el
refinamiento imaginativo y el horizonte cosmopolita del grupo Florida, bajo la
órbita de Jorge Luis Borges y la revista “Sur”. En cambio, Cortázar, con mayor
complejidad y apertura que Mujica Láinez (se inclina más por Borges-Florisa que
por Arlt-Boedo), acogió todo el legado narrativo argentino: el esmero
estilístico y el ingenio fantástico de Borges, la angustia existencial y la
valoración de la locura y el lumpen-“clochard” de Arlt, junto con la
orientación marxista de Boedo, sin desdeñar el radicalismo experimental y el
juego metaliterario (la literatura que habla de literatura) de dos autores
marginales: Macedonio Fernández y Leopoldo Marechal en su magistral novela
“Adán Buenosayres” (1948).
MODERNIDAD PLURAL
Agréguese que, con más decisión que todos ellos, asumió el
aliento innovador de la modernidad literaria, desde sus fuentes románticas
(recordemos que tradujo a Poe y estudió a John Keats) y simbolistas, hasta las
propuestas vanguardistas, en particular el surrealismo. De otro lado,
coincidiendo con la modernidad plural del mexicano Octavio Paz, bebió de la
espiritualidad oriental: el budismo zen, el hinduismo y el taoísmo.
TODOS LOS GÉNEROS
Su espíritu abierto lo impulsó a cultivar todos los géneros
literarios: el cuento, se coronó como uno de los dos más grandes cuentistas del
idioma español, en compañía de Borges; la novela, plasmó uno de los climas de
la novelística latinoamericana: “Rayuela”); la poesía, digna de relieve; el
ensayo, brillante y esclarecedor; y el texto dramático. Más aún, se complació
en dinamitar los límites entre los géneros establecidos: las misceláneas “La
vuelta al día en ochenta mundos” y “Último round”; los textos brevísimos,
inclasificables, de “Historias de cronopios y de famas”; la antinovela sin
texto fijo: “Rayuela”; los efectos letristas y concretistas de sus poemas
emancipados del verso; etc.
PROTAGONISTA DEL ‘BOOM’
Ese espíritu abierto, sumado a su rostro perpetuamente
juvenil y su entusiasmo por la Revolución Cubana (que no sedujo a Sábato,
Mujica Láinez, Bioy Casares ni Ocampo) le permitieron conformar el póquer de
ases del ‘boom’ de la novela hispanoamericana (1960-1972) con escritores de la
generación siguiente: Mario Vargas Llosa (22 años menor que él), Carlos Fuentes
(1928-2012) y Gabriel García Márquez (1927).
Con una fórmula condensó la postura del ‘boom’ que apoyaba
la Revolución Cubana sin tornar a la literatura un instrumento proselitista: la
meta era ser el ‘Che Guevara de la literatura’. Es decir: si el guerrillero se
propuso modificar la infraestructura económica y política (el ‘ser social’, en
términos marxistas); le correspondía a los creadores literarios revolucionar el
lenguaje y la imaginación (la ‘conciencia social’), escribiendo en total
libertad y seguir las necesidades expresivas en gran parte inconscientes
(lecciones del surrealismo y el compromiso según Sartre).
“RAYUELA”: NOVELA TOTAL
El designio del ‘boom’ de abarcar todos los niveles de la
realidad y explorar todos los recursos del lenguaje tejiendo una “novela total”
(así la llama Vargas Llosa) alcanzó una de sus realizaciones supremas en
“Rayuela” en 1963.
Posee una dimensión realista: el lado de allá (París) y el
lado de acá (Buenos Aires) plantean la tensión entre lo europeo-occidental y lo
criollo-indoamericano. Alcanzar el centro del mandala o conquistar la casilla
superior (cielo) del juego de la rayuela (en el Perú se lo denomina mundo)
equivale al tao que sintetiza el yin y el yang, el norte y el sur, lo
europeo-occidental y lo americano.
Sin embargo, evita el realismo consabido, propicia lo
insólito, lo mágico y lo fantástico. En el terreno verbal, la Maga inventa un
lenguaje lúdico de sonoridad mágica e infantil: el glíglico. Otro componente es
lo que, en la novela “Los premios” (1960), Cortázar denominó “figuras”: nexos
entre los personajes que los revela como desdoblamientos o seres
complementarios; así, Horacio es a Traveler, como la Maga a Talita. Nótese la
ambigüedad fantástica: Horacio se vuelve un “clochard” en París, pero también
se suicida en Buenos Aires, aunque en otro capítulo logra Talita impedir el
suicidio, haciéndonos recordar a Borges con sus secuencias que se bifurcan.
Hay un nivel más: el metaliterario, desplegado en varios
capítulos, sobre todo los “Capítulos Prescindibles”. Las ideas sobre la
antinovela, la novela-mandala, el lector-macho, etc., concuerdan con el deseo
de ser el ‘Che Guevara de la literatura’, a tal punto que no hay un texto
único, sino que recomienda leer el libro saltando (como en el juego de la
rayuela) de un capítulo a otro, invitando a explorar todas las combinaciones
posibles.
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