quinta-feira, 15 de dezembro de 2011

Los vientos del Perú

¡No hay nada en el mundo, ni el sol, ni la guerra

como los salvajes vientos de esta tierra!



Ni el acuchillado perfil de la sierra,

ni el rayo que vibra, ni el trueno que aterra,

ni el mismo relámpago que abre y se cierra

y el mar que en las playas se aferra…se aferra…



¡No hay nada en el mundo, ni el sol, ni la guerra

como los salvajes vientos de esta tierra¡



Aires ululantes que agitan pañuelos

de polvo en la fuga de los grandes vuelos,

pero que más suaves que los terciopelos

cuando se entrechocan de vagos anhelos

parece que entonces bajó de los cielos

y en una locura de mil ritornelos

se fueran bailando sin pisar los suelos

la vertiginosa danza de los velos.



Tropicales ráfagas que yo rememoro

porque a sus cien rubias trompetas en coro

les debo este gesto con que nunca imploro,

con que nunca tiemblo, con que nunca lloro…



Tropicales ráfagas que yo rememoro

cuando en las llanuras donde muge el toro

y el caballo alegra su clarín sonoro

se iban dando vueltas como trompos de oro.



¡No hay nada en el mundo, ni el sol, ni la guerra

como los salvajes vientos de esta tierra!



Casuhiras del monte, saltantes felinos

que arañan y trepan los árboles finos

y jugando al juego de los remolinos

-¡Oh, azul borrachera de goces divinos!-

suenan en las ramas, cantan en los pinos

y se van rodando tras los campesinos

que en las tardes vuelven por esos caminos

donde la carretera de bueyes cansinos

parece que llora como los molinos.



Pamperos violentos que en las madrugadas

del campo entreabrían las puertas cerradas

como a una nerviosa lucha de estocadas,

yo aprendí en vosotros mis rudas tonadas

y el ir por el mundo como las cascadas:

a saltos, impulsos, carreteras aladas

y no sé que angustia de cumbres sagradas

que me hace ser todo velas desplegadas

para las más hondas rutas ignoradas.



Ciclones marinos que inician un viaje

Que nunca se para sobre el mar salvaje.



Y pifian la fusta de un loco carruaje

que es la desbocada visión del paisaje.



Rompen las estatuas que esculpe el oleaje,

atacan los buques como al abordaje.



Y como en Esquilo dicen un lenguaje

que es más la tragedia de un alma salvaje.



¡No hay nada en el mundo, ni el sol, ni la guerra

como los ciclones del mar de esta tierra!



Mascaichas dramáticos de los temporales

en las sensitivas mañanas rurales

-¡olor a aguas vírgenes, a las selvas y maizales!-



¡Oh, vertiginosos sátiros joviales

que a las campesinas de senos frutales

tirábanles locos los leves percales

como si quisieran, ebrios y sensuales

llevarles rápido hasta los trigales…



Yo aún no me he olvidado que vengo de aquellas

ciudades con cumbre viril de epopeyas

bajo el parral de oro que hay en las estrellas.



¡Si aun siento en mi sangre palpitar las huellas

de aquellas salvajes y dulces doncellas

que a los españoles –danzas y centellas-

por ver a Atahualpa morir junto a ellas

les decían suaves como las estrellas

qué cosas tan tristes…qué cosas tan bellas…

Vientos, vientos, vientos de mi tierra, leones

que el polvo enmelena con sus algodones,

vámonos frenéticos por las poblaciones

de esta vieja América con sus tradiciones

que hacen de las gentes siervos y bufones.



Y arrollantes, trágicos, rompamos canciones

Que agiten como émbolos a los corazones,

refresquen las almas y alcen las pasiones

en las rojas lanzas de otras rebeliones.



¡No hay nada en el mundo, ni el sol, ni la guerra

como los salvajes vientos de esta tierra


Juan Parra del Riego

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